Este episodio se titula Iconos.

Aquellos con un concepto aproximado de la historia saben que estamos llegando a ese momento en que las ramas orientales y occidentales de la Iglesia se dividieron. La division no fue un accidente incidental que sucedió sin mucha preparación. Las cosas se habían estado agriando durante mucho tiempo. Uno de los factores que contribuyo fue la Controversia Iconoclasta que dividió a la iglesia Bizantina en el 8º y 9º siglo.

Mientras que la Iglesia Occidental pasó por cambios monumentales durante la Edad Media, la Iglesia Oriental centrada en Constantinopla prácticamente se quedo estancada. Fue la preservación de lo que ellos consideraban ortodoxia lo que movió a los cristianos Orientales a ver a la Iglesia Occidental como haciendo alteraciones peligrosas y a veces incluso heréticas a la Fe. La Iglesia Oriental se creía ahora la única en llevar la Fe de los Concilios Ecuménicos al futuro. Y por esa razón, Constantinopla se empezó a alejar de su reconocimiento largamente declarado de que la Iglesia en Roma era preeminente en los asuntos de la Iglesia.

Otro factor que contribuyó a la eventual separación del Oriente del Occidente fueron las sillas musicales del poder jugadas por los Emperadores del Occidente, mientras que en el Oriente, el Emperador era mucho más estable. Es importante recordar que mientras que el Imperio Romano del Occidente estaba efectivamente muerto a finales del siglo 5, el Imperio del Oriente continuó identificándose como Romano durante otros mil años, aunque los historiadores ahora se refieren a él como el Imperio Bizantino. En Constantinopla, el Emperador seguía siendo el Emperador Romano, y como Constantino, el jefe principal de la Iglesia. Fue considerado por la Iglesia Oriental como “la imagen viva de Cristo”.

Pero lo que estaba a punto de experimentar era una gran remodelacion por los conflictos entre los iconoclastas y los iconódulos; términos que definiremos un poco más adelante.

La controversia más significativa que atormento a la iglesia Bizantina durante la Edad Media Europea fue sobre el uso de imágenes religiosas conocidas como iconos. Esa es la forma en que muchos historiadores modernos consideran lo que se llama la Controversia Iconoclasta, que fue un debate sobre el uso de iconos. Pero como de costumbre, el tema fue más profundo. Surgió sobre la cuestión de lo que significa cuando decimos que algo es “santo”.

La Iglesia estaba dividida sobre la cuestión de qué cosas eran lo suficientemente sagradas como para merecer adoración. Los sacerdotes eran apartados por ordenación; lo que significa que habían sido consagrados a la obra santa. Los edificios de la iglesia fueron separados por dedicación; eran sagrados. Los mártires fueron apartados por sus hechos; es por eso que se les llamaba “santos” que significa apartados. Y si los mártires eran santos en virtud de dar sus vidas en la muerte, ¿qué pasa con los monjes que dieron sus vidas à pero que aún vivían? ¿No eran dignos del mismo tipo de honor?

Si todas estas personas, lugares y cosas eran santas, ¿eran entonces dignas de una veneración especial?

La santidad de los santos fue respaldada y demostrada por milagros, no solo atribuidos a ellos mientras vivían, sino también reportados en relación con sus tumbas, reliquias; incluso imágenes que los representan. A principios del 7º siglo, muchas ciudades tenían un santo local cuyos iconos eran venerados por tener poderes especiales de intercesión y protección. Ejemplos notables fueron San Demetrio de Tesalónica, el icono de Cristo de Edesa y el icono milagroso de María de Constantinopla.

Desde el 6º siglo, tanto la Iglesia como el gobierno fomentaron la devoción religiosa a los monjes y los iconos. La mayoría de los cristianos no distinguieron entre el objeto o la persona y la realidad espiritual que representaban. Cayeron en lo que muchos consideraban el temido pecado de la idolatría. Pero antes de apresurarnos a juzgar, tomemos un poco de tiempo para entender cómo se deslizaron en algo que las Escrituras claramente prohíben.

El uso de imágenes como ayuda a la devoción religiosa tenía un fuerte precedente. En la Roma pagana, la imagen del Emperador era venerada como si el propio Emperador estuviera presente. Incluso las imágenes de funcionarios imperiales menores se usaban ocasionalmente como sustitutos de aquellos a quienes representaban. Después de que los emperadores se convirtieron en cristianos, la imagen imperial en monedas, en los palacios de justicia y en los lugares más prominentes de las principales ciudades continuó siendo objeto de veneración y devoción. Constantino y sus sucesores erigieron grandes estatuas de ellos mismos, cuyos restos se exhiben hoy en día. Fue Justiniano I quien rompió con la tradición y en su lugar erigió un enorme icono de Cristo sobre la puerta principal del palacio de Constantinopla. Durante el siglo siguiente, los iconos de Cristo y María llegaron a reemplazar al icono Imperial en muchos entornos. Eventualmente, bajo Justiniano II a principios del 8º siglo, el icono de Cristo comenzó a aparecer en las monedas.

Si bien el uso de imágenes como accesorios para facilitar la adoración fue generalmente aceptado, hubo quienes consideraron tal práctica contraria a la clara prohibición de la idolatría de la Biblia. No estaban en contra del arte religioso; solo la elevación a lo que ellos consideraban el reino de la adoración.

El debate sobre los iconos fue realmente una especie de epílogo doctrinal a las controversias Cristológicas de un tiempo anterior. à

¿Qué es apropiado para representar a Cristo y a otras personas bíblicas?

¿Puede Jesús ser representado, o el intento es una violación de Su divinidad?

¿Hacer una imagen de Jesús refuerza su humanidad a expensas de su deidad?

¿Y cuándo es que el arte, utilizado en el servicio de la adoración, para mejorarlo o facilitarlo, interfiere con la adoración porque el objeto o la imagen y se convierte en el punto de enfoque?

 

Aunque estas preguntas puedan parecer distantes para aquellos que provienen de un trasfondo evangélico moderno, podemos ponernos en el mismo contexto con el desafío que enfrentó la Iglesia Oriental del 8ª y 9ª siglo al recordar un tiempo atrás cuando algunos notables líderes de adoración plantearon su preocupación por la enfoque de la adoración moderna con su fomento de un ambiente de emocionalismo exagerado. Algunos lo expresaron como la “Adoración de la adoración”, en lugar de Dios. Las producciones musicales y los conciertos se convirtieron en eventos para los que la gente acudíera desde muchos kilometros de distancia para buscar un emoción espiritual, un subidón de adoración. Un conocido compositor de adoración moderna escribió una canción que tenía como objetivo exponer esta tendencia llamada “El corazón de la adoración”.

Aunque el medio era diferente, de alguna manera, la reciente preocupación por la adoración de la adoración es similar a la preocupación de los iconoclastas Bizantinos. En la antigua Iglesia Oriental, el medio era el arte de las imágenes. La controversia más reciente se ha centrado en el arte de la música.

En el 7º siglo, la forma más significativa de devoción Oriental era el culto a los iconos sagrados. Si bien podría dar una definición o descripción más técnica de los iconos, permítanme mantenerlo simple y decir que eran pinturas altamente estilizadas hechas en madera. Las imágenes eran de Jesús, María, santos y ángeles. Si bien hubo imágenes primitivas utilizadas por los cristianos en el 1er siglo, tendríamos que decir que el arte cristiano comenzó en serio en el 3er siglo. Se usaba decorativamente o representaba escenas de la Biblia como una forma de instruir a los creyentes analfabetos.

Como se mencionó, dado que la gente del Imperio de Oriente ya estaba acostumbrada a mostrar deferencia a los retratos del Emperador, no era muy difícil aplicar esto a las imágenes de lo que se consideraba gente santa. Dado que los retratos imperiales a menudo eran enmarcados por cortinas, la gente se postraba ante ellos, quemaba incienso y encendía velas a su lado, y los llevaban en solemnes procesiones, parecía inevitable que los iconos de los santos recibieran el mismo trato. Las primeras imágenes cristianas que se sabe que fueron rodeadas por tal veneración ocurrieron en el 5º  siglo. La práctica se hizo muy popular en el 6º y 7º. Los líderes de la iglesia como Epifanio y Agustín habían mostrado una cuidado reservado sobre el uso de imágenes al final del 4º siglo desaparecieron.

Es importante darse cuenta de que cuando se trata de iconos y su uso, realmente había dos maneras de ver las cosas. Una manera de verlo era la forma en que los teólogos los justificaban o condenaban. La segunda manera de ver las cosas era la de la gente común que tenía poco interés en los puntos finos de la teología involucrado en su uso. Los iconoclastas enmarcaron el tema del segunda manera. Eran escépticos de que las masas analfabetas pudieran hacer una distinción entre simplemente usar un icono como un medio para adorar lo que representaba la imagen y la adoración real de la imagen misma. Lo que parecía probar su punto era cuando algunos de estos iconos y reliquias religiosas fueron atribuidos con poderes especiales para efectuar la curación y hacer maravillas.

Los líderes de la Iglesia a favor de los íconos sostuvieron que un mal entendido de los íconos no debería prohibir su uso. Eso se convertiría en error por mero pragmatismo.

 

El Emperador Leó III lanzó un ataque en contra del uso de iconos en la primera mitad del 8º siglo. Estaba motivado por la preocupación de que la Iglesia se estuviera involucrando en la práctica prohibida de la idolatría, la misma cosa que había causado tantos problemas al antiguo Israel. Tal vez las humillantes pérdidas del Imperio del Oriente durante el siglo anterior, así como un terrible terremoto al principio del reinado de Leo, fueron evidencia del juicio divino. Si era así, a Leo le preocupaba que el Imperio despertara a su peligro, se arrepintiera y corrigiera sus caminos.

Por supuesto, a Leo no se le ocurrió esto por su cuenta o de la nada. Hubo muchos entre el clero y la gente común que cuestionaron el uso de iconos como objetos de devoción religiosa. Pero ahora, con el respaldo del Emperador, este grupo de iconoclastas, como se les llamaba, se volvió más vocal. El antagonismo hacia el uso de iconos creció, especialmente a lo largo de la frontera oriental que bordeaba las tierras musulmanas. Los musulmanes habían llamado a los cristianos -idólatras durante mucho tiempo por su uso de imágenes religiosas. Leó creció en esa región y había servido como gobernador de Asia Menor occidental entre varios obispos iconoclastas.

La palabra iconoclasta significa un rompedor o destructor de iconos porque eventualmente, eso es lo que harán los iconoclastas; aplastar, romper y quemar los iconos.

 

Después de rechazar con éxito a los ejércitos musulmanes en su 2º ataque a Constantinopla en el año 717, el Emperador Leó III declaró abiertamente su oposición a los iconos por 1ª vez. Ordenó que el icono de Cristo sobre la Puerta Imperial fuera reemplazado por una cruz. A pesar de los disturbios que causo, en el año 730 Leó pidió la eliminación y destrucción de todos los iconos religiosos en lugares públicos e iglesias. Los iconódulos, como se llamaba a los partidarios de los iconos, fueron perseguidos.

 

En Roma, el Papa Gregorio III condenó la destrucción de iconos. El Emperador tomó represalias eliminando Sicilia, el sur de Italia y toda la parte occidental de los Balcanes y Grecia de la supervisión eclesiástica de Roma, colocándolos bajo el Patriarcado de Constantinopla. Fue esto, tanto como cualquier otra cosa, lo que movió al Papa a buscar el apoyo y la protección de los Francos.

El hijo de Leó, Constantino V, no solo continuó la política iconoclasta de su padre, sino que la prosiguió. Convocó un concilio en el año 754 en el palacio Imperial de Hiereia, un suburbio de Constantinopla. Los iconoclastas lo consideraron como el 7º Concilio Ecuménico, aunque solo asistió el Patriarcado de Constantinopla.

Tanto los iconoclastas como los iconódulos estuvieron de acuerdo en que lo divino en Jesucristo no podía ser representado en imágenes, pero Jesús tenía 2 naturalezas. Los iconoclastas argumentaron que representar la naturaleza humana era caer en el temido nestorianismo, pero representar ambas naturalezas era ir en contra de su distinción, que era el error del monofisismo, e hizo una imagen de deidad.

Los iconódulos respondieron que el no representar a Jesucristo era monofisismo.

Nótese cómo estos argumentos ilustran la práctica de debatir nuevos temas en términos de errores ya condenados.

Contra las imágenes de María y los santos, los iconoclastas razonaron que no se pueden representar sus virtudes, por lo que las imágenes eran, en el mejor de los casos, una vanidad indigna de la memoria de la persona representada. “Seguramente”, dijeron, “¡María y los santos no QUERRÍAN que se hicieran tales imágenes!”

Otros argumentos de los iconoclastas fueron que la única imagen verdadera de Jesucristo es la Eucaristía.

Los partidarios de los iconos utilizaron argumentos que fueron articulados de manera más efectiva por Juan de Damasco, un cristiano árabe que escribió en griego. Juan era un monje en el monasterio de San Saba en Palestina, donde se convirtió en sacerdote y se dedicó al estudio de las Escrituras y al trabajo literario. Al estar fuera del reino del control Bizantino, estaba a salvo de represalias por parte del Emperador y funcionarios iconoclastas.

Juan de Damasco fue el teólogo más sistemático y completo de la iglesia Griega desde Orígenes. Su obra más importante es la Fuente del Conocimiento, tercera parte de la cual, titulada Sobre la Fe Ortodoxa, ofrece un excelente resumen de la enseñanza de los Padres Griegos sobre las principales doctrinas cristianas. También produjo homilías, himnos y un comentario sobre las cartas del NT de Pablo. Las Tres disculpas contra Aquellos Que Atacan las Imágenes Divinas de Juan de Damasco adopto un enfoque cuádruple del tema.

1º dijo, que es simultáneamente imposible e impío imaginar a Dios, Que es espíritu puro. Jesucristo, María, santos y ángeles, por otro lado, que se han aparecido a los seres humanos pueden ser representados. La Biblia prohíbe solamente a los ídolos.

 

2º está permitido hacer imágenes. La prohibición de las imágenes en el Antiguo Testamento no era absoluta, ya que se ordenaba hacer algunas imágenes; tomemos, por ejemplo, los querubines sobre el propiciatorio y otros adornos del templo. Tambien Juan dijo que ahora no estamos bajo las restricciones del Antiguo Pacto. De hecho, la encarnación de Dios EN Cristo nos impulsa a hacer visible lo invisible. Juan puso la encarnación en el centro de su defensa de los iconos, elevando el debate de una cuestión sólo de prácticas de piedad a una cuestión de ortodoxia teológica. Dado que los seres humanos son creados con cuerpo y alma, los sentidos físicos son importantes en el conocimiento humano de lo divino. Hay imágenes en todas partes, los seres humanos son imágenes de Dios. La tradición de la Iglesia permite imágenes, y esto es suficiente incluso sin la orden Bíblica, argumentó.

 

3º es lícito venerar iconos e imágenes porque la materia no es mala. Hay diferentes tipos de adoración: la verdadera adoración pertenece solo a Dios, pero el honor puede ser dado a otros.

 

4º, hay ventajas en las imágenes y su veneración. Enseñan y recuerdan los dones divinos, nutren la piedad y se convierten en canales de gracia.

 

Juan de Damasco es considerado por la Iglesia Ortodoxa como el último de los grandes maestros de la iglesia primitiva, hombres universalmente conocidos como los “Padres de la Iglesia”.

 

A pesar de sus argumentos, los emperadores iconoclastas expulsaron a los iconodulos de las posiciones de poder y comenzaron una vigorosa persecución. Muchas obras de arte en edificios de iglesias de antes del 8º siglo fueron destruidas. Constantino V tomó fuertes medidas contra los monjes, los principales portavoces de las imágenes, secularizando sus propiedades y obligándolos a casarse con monjas. Muchos de ellos huyeron al Occidente.

Los Papas observaron todo esto con interés y entraron del lado de los iconodulos. Ellos hicieron en las cartas que escribieron, algunas de las mejores formulaciones de la independencia de la Iglesia, argumentando que el emperador no era un maestro de la iglesia.

Al final, los iconoclastas sellaron su derrota al negarse a dar a las imágenes de Jesús la reverencia que se habían dado a las imágenes del Emperador. La reacción contra la iconoclasia finalmente se estableció después de Constantino V.

El hijo y sucesor de Constantino V, Leó IV, no era un iconoclasta enérgico como su padre y su abuelo. Su viuda Irene, regente de su hijo Constantino VI, dio la vuelta a la política iconoclasta de la dinastía. Ella le pidió al Concilio de Nicea en el año 787 que condenara a los iconoclastas, afirmando la posición teológica adoptada por Juan de Damasco.

Ellos proclamaron: “Las imágenes venerables y santas, así como en la pintura y el mosaico como en otros materiales adecuados… se le debe dar el debido saludo y reverencia honorable, no de hecho esa verdadera adoración de la fe que pertenece solo a la naturaleza divina”

Pero ese no fue el final de la iconoclasia. Un bloque iconoclasta se desarrolló en el ejército profesional como reacción a una serie de desastres militares, humillaciones diplomáticas y problemas económicos que el Imperio experimentó en el cuarto de siglo después del Concilio de Nicea del año 787. Interpretaron todos estos retrocesos como el juicio de Dios por el regreso del Imperio a la idolatría.

Finalmente, el emperador Leó V decidió que la iconoclasia debería volver a convertirse en la política oficial de su gobierno. Un sínodo de líderes de la iglesia en el año 815 reafirmó la posición adoptada por el sínodo anti-icono del año 754, excepto que ya no consideraban a los iconos como ídolos.

Con la muerte de Leó V, la persecución activa del partido pro-icono declinó durante 17 años antes de estallar de nuevo en el año 837 bajo el liderazgo del patriarca Juan Grammaticus. Bajo su influencia, el Emperador Teófilo decretó el exilio o la pena capital para todos los que apoyaron abiertamente el uso de iconos.

Teodora, la viuda de Teófilo y regente de su hijo Miguel III, decidió que debía abandonar la política iconoclasta para retener el más amplio apoyo a su gobierno. Un sínodo a principios del año 843 condenó a todos los iconoclastas, depuso al patriarca iconoclasta Juan Grammaticus y confirmó los decretos del 7º Concilio.

En las iglesias Ortodoxas Orientales de hoy, las pinturas y los mosaicos con frecuencia llenan los espacios en los techos y las paredes. Una pantalla o partición llamada iconostasio se extiende a través del frente de la iglesia, entre la congregación y el área del altar, con el propósito de mostrar todos los iconos especiales relacionados con la liturgia y los días santos.